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Reseña El libro uruguayo de los muertos / El País Cultural

 

MARIO BELLATIN ENTRE LOS MUERTOS

Novela para vivos

Cincuenta y pico, diez más, diez menos, de las cien mil novelas proyectadas de este escritor misteriosos, el más misterioso de los escritores, andan por el mundo (traducidas a idiomas exóticos)

Felipe Polleri

Tres de sus obras fueron editadas en 2012 en Uruguay por HUM (Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción, Mi piel luminosa y Salón de belleza, bajo el título Una diversión extranjera). Ahora Criatura saca a luz El libro uruguayo de los muertos, tal vez su novela más extensa y ambiciosa. Verdad que algunas de sus obras ya habían llegado a estas orillas gracias a editoriales españolas y argentinas, pero resulta patriótico que Uruguay se transforme por un rato en una potencia editorial que puede darse el lujo de firmar con los más grandes.

Cada obra de Mario Bellatin (México, 1960) es tan original, tan nueva que se parece a un caballo imposible de domar porque entre la cabeza y la cola hay un pozo negro excavado por el autor con ese diente filoso que tiene en lugar de la nariz. El libro uruguayo de los muertos es otro caballo, otro dragón, indomable. Todo lo que se diga es hipotético, tentativo y en definitiva absurdo. Así que lo más recomendable es empezar y terminar por una descripción de la superficie.

La aventura de escribir.

Resulta que un escritor mexicano, llamado Mario Bellatin, que vive en D. F., le escribe a un destinatario cartas (o mails, o lo que sea) de unas líneas o varias páginas en las que cuenta lo que le pasó, le pasa o le pasará. Casi nada o nada sabemos del destinatario porque sus historias, preguntas y respuestas se han omitido, y porque muta imperceptiblemente a lo largo del libro. Lo único seguro es que la o el destinatario cree o quiere creer en la resurrección de la carne. Por su parte, el tal Bellatin también está muy interesado en el más allá porque, entre otros fenómenos igualmente extraños, los muertos lo visitan a menudo, e incluso está tan comprometido con su propia muerte que ya se ha hecho fabricar varias mortajas de papel.

No olvidar que México es el país de los muertos. De las grandes civilizaciones precolombinas, los mexicanos heredaron esta convivencia con los difuntos. Se dice que alguien le preguntó una vez a un niño mexicano cuántos hermanos tenía. La respuesta fue: "¿Vivos o muertos?"

El Día de los Muertos, que dura un mes entre preparativos y realizaciones, los mexicanos van al cementerio a comer, emborracharse y cantar sobre las tumbas de sus seres queridos. Pero ningún libro más lejos que éste del pintoresquismo. México es, como de costumbre, o Japón, un no-lugar del que el autor se vale para desplegar su propio territorio, su país de las maravillas.

En fin: el personaje, la primera persona, Bellatin, nos cuenta su vida cotidiana muy poco común porque se trata de un hombre muy poco común. Habla, por ejemplo, de sus perros, muchos, variados, que son una presencia amiga y protectora. Pero, el orden es el orden, todo empieza con un viaje a Cuba en el que acompaña a un amigo, el escritor Sergio Pitol, para observar a unos muñecos extraños que la gente pone a lo largo del malecón. A la vez, y no a la vez, porque sin aviso el libro hace un loop y avanza y retrocede en el tiempo, Bellatin está escribiendo un así llamado "Retrato de Frida Kahlo", la célebre pintora mexicana, pero como escuchó que Frida sigue viva y vende comida en un puesto ubicado en un pueblito de México, prefiere la Frida Kahlo viva-muerta a la muerta-viva, y sale a buscarla. Además, saca fotos constantemente (otra forma de escribir) con máquinas de hechura casera y técnicas de su invención, en donde aparecen fantasmas y el aura de los fotografiados de otras realidades extrasensoriales. Hay una familia de toreros enanos, una peligrosa zapatilla de ballet, etc.

Por supuesto, todo esto es bellísimo y a la vez esperpéntico y a la vez de una comicidad tan sorpresiva como extrema. También cuenta algunos recuerdos familiares: a él y a sus hermanos monstruosos el padre los encerraba en un sótano con tranca y su madre los alimentaba con alimañas. La señora tiraba azúcar en el patio para que vinieran las hormigas y esas hormigas ("hay que saber prepararlas") eran el único plato del día con un sorbito de agua. Podemos citar al masajista ciego y a diversos personajes de sus otras novelas (Poeta ciego, Salón de belleza, Las dos Fridas, etc.), a los sufíes, porque el tal Bellatin dice ser adepto a esa religión de origen persa, con sus grandes santos y sus grandes poetas.

Todo lo que se diga resulta muy poco porque es una novela inabarcable, llena de anécdotas más o menos extrañas y de personajes más o menos extravagantes. El lector se ríe a carcajadas de sus invenciones, pero a la vez hay un borde de angustia porque el protagonista está enfermo y solo y angustiado, entre tanto muerto y tanta locura. Por supuesto, como todo gran escritor nunca sabe lo que va a escribir y, por lo tanto, crea a partir de la nada y, por lo tanto, inventa. Nunca se sabe (y éste es uno de los grandes encantos del libro) qué terreno estamos pisando. No se sabe cuándo miente porque no siempre miente; además, hay que mentir para decir la verdad. Bellatin declara a la prensa que siempre miente. Entonces: ¿siempre cuenta la verdad? ¿Importa?

Lo indudable es que resulta maravilloso contemplar a esta imaginación desatada, constantemente fértil, libre, abierta a todo. La aventura de escribir permite la aventura de leer. Es seguro que Bellatin se sorprende tanto como el lector frente a lo que el primero escribe y el segundo lee. Pero nunca pierde el rumbo, o el no rumbo, de su escritura. Está tan acostumbrado a dejarse dominar por su inspiración que la conoce y domina a su vez.

Retazos de colores.

Otra lectura posible: es un libro hecho de retazos, rotos jirones de las ropas de los muertos, a veces un botón o un cordón de zapato. Nadie podrá imaginar a ciencia cierta cómo eran los vestidos y los trajes (y los muertos) que hicieron esta colcha. Porque Bellatin busca lo máximo en lo mínimo, al contrario de esos narradores "tradicionales", que con sus morosidades y sus causalidades dan lo mínimo con lo máximo. Prefiere inventar estos artefactos que resultan mucho más efectivos. El lector se deja llevar de retazo en retazo, de botón en botón, y, por lo tanto, evita lo que sobra en las novelas habituales y aburridas y hechas de puro relleno. La imaginación de Bellatin, su huella dactilar, reúne todos los fragmentos (que se unirían a su espalda, lo quisiera o no, porque nacieron en el mismo lugar: el lugar hondo desde donde escribe).

Borges escribió que Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, era el libro que mejor reflejaba la vida onírica. En la cubierta de este libro, hermosamente diseñado, se ve a una cierva herida por flechas, se reproduce uno de los famosos autorretratos de Kahlo, pero en lugar de la cabeza de la pintora aparece la cabeza del conejo al que siguió Alicia para entrar a las maravillas. Notable acierto de los editores para dar a entender que aquí se entra a otro mundo, al extraño y onírico y disparatado (y a la vez cotidiano), país de Mario Bellatin. Porque leer El libro uruguayo de los muertos se parece a soñar que se está leyendo un libro titulado El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatin.

El escritor visitó Montevideo en varias oportunidades. Con respecto al título de esta novela, ahora mismo se lanza una teoría, indocumentada, seguramente falsa, que puede resumirse así: llegó y vio a los uruguayos (tristes, grises, paso cansino, almas en pena) y se dijo "Estos están muertos".