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Grandes éxitos, un cuento y una despedida de Gustavo Escanlar en La Diaria

La Diaria 13/11/13 por Diego Recoba

 

Hace unos días se cumplieron tres años de la muerte de Gustavo Escanlar.

Inmediatamente luego de su muerte hubo un brevísimo lapso

de interés en su obra literaria, por lo general ninguneada en Uruguay

(quizá también por lo escueto de ésta), lo que llevó a que estuvieran

de nuevo en la conversa su libro de poesía y relatos Oda al niño prostituto,

su libro de cuentos No es falta de cariño, su novela breve Dos o tres

cosas que sé de Gala, la reescritura de ésta, La alemana, Estokolmo, su

tomo de crónicas Disco duro y su libro sobre casos policiales Crónica

roja. En esos meses posteriores también se intentó, fundamentalmente

en medios extranjeros o entre algunos creadores de fenómenos

post mortem (como el generado en torno al colombiano Andrés Caicedo),

posicionar a Escanlar como el nuevo escritor maldito, el secreto

mejor guardado o la obra literaria más outsider y revolucionaria de la

nueva literatura latinoamericana.

Pero fue imposible, principalmente por lo extraña y breve que es la obra

de Escanlar, en la que hay mucho texto desperdigado por diferentes

lados, y en la cual hay muchas reescrituras, muchas de ellas por el

hecho de que las editoriales extranjeras querían publicarlo y éste no

tenía textos nuevos. Nunca llegó a ser un fenómeno ni un escritor de

culto, más allá de que fue destacado en un tomo de escritores marginales

latinoamericanos como es Los malditos, coordinado por Leila Guerriero,

en el que el también coordinador de la antología McOndo, el chileno

Alberto Fuguet, realiza un perfil sobre la vida y obra del escritor.

Desde finales de 2012, y sobre todo a partir del trabajo de recuperación

crítica de su obra por parte del colectivo Ya Te Conté en su sitio

web, se puso nuevamente el foco en la obra de Escanlar; no sólo en sus

textos de ficción, sino también en la importancia de su obra crítica. Increíblemente,

y como si el personaje mediático que creó Escanlar siguiera

vivito y actuando, los posts en el sitio web de Ya Te Conté se llenaron de

comentarios absolutamente violentos y contra la “persona” y hubo

pocos comentarios sobre su obra, que era el objetivo del rescate del

colectivo.

En este contexto llega la publicación de un tomo de relatos que

Escanlar preparó antes de morir, acompañado de un cuento inédito

y de un texto que roza lo autobiográfico publicado en la revista argentina

La mujer de mi vida. El tomo se llama Grandes éxitos, un cuento y

una despedida, y lo publicó Criatura editora.

El texto desnudo

La lectura de la obra de Escanlar se ha visto siempre filtrada por la relación

de los lectores con el personaje mediático, y eso se complica aun

más en los fragmentos de su obra en los que el protagonista de la ficción

se asemeja a la creación mediática.

Este problema ha impedido posicionar a Escanlar y su obra en el mapa

de la literatura uruguaya y latinoamericana y determinar su valor. Ha

sido tan problemático este tema que ha impedido incluso lo más básico

ante la lectura de un texto: darnos cuenta de si lo que leemos nos gusta

o no. El crecimiento de su personaje y la mezcla de éste con su autor

tiene similitudes con lo vivido por el escritor argentino Santiago Vega,

conocido como Washington Cucurto, quien firmaba de ese modo las

historias que el propio Cucurto (un dominicano bailantero putañero y

borrachín) protagonizaba, lo que derivó en que la gente llame Cucurto

a Vega, y que además se crea que éste posee todas las características

de su personaje.

Pero hay un par de detalles más que emparentan las obras de Escanlar

y Cucurto y que ha permitido que los límites entre ficción y mundo

real se hayan difuminado hasta desaparecer: el uso casi exclusivo de

la primera persona en las historias, en las que el protagonista siempre

es el mismo, comparte rasgos con la personalidad del autor y vive situaciones

con personajes del mundo real; y el carácter oral de la escritura

de ambos.

Este nuevo libro de relatos recoge la gran mayoría de los relatos

publicados por Escanlar. A simple vista, de la mayoría de ellos podría

pensarse que son historias calcadas. Un tipo solitario, perdido en la ciudad,

muchas veces drogado, complicado para las relaciones humanas,

que trabaja en los medios, que curte la noche y sus boliches, que anda de

gira por una ciudad hostil, gris, pero mucho más reventada y patética de

lo que sus habitantes creen. Si se mira de forma tan gruesa, uno puede

decir “Escanlar escribe siempre lo mismo”, pero es necesario hilar

un poco más fino. De ese modo se puede ver la recurrencia del autor a

situaciones absurdas, que de tanto ser llevadas al límite rozan la decadencia.

El absurdo de Escanlar no es el de Samuel Beckett o Eugène

Ionesco, sino el que puede encontrarse en Leo Maslíah o Jorge Lazaroff:

un absurdo de sociedades de consumo, de medios masivos de

comunicación, de capitalismo y globalización, de MTV y computadoras.

Pero a diferencia de otros cultores del absurdo posmoderno, en Escanlar

no hay política, casi no hay crítica ni denuncia, sino nihilismo

y resignación. Y mientras que cierta visión política deriva o busca lo colectivo,

el nihilismo aísla y lleva a la persona a la soledad, la soledad en

la que sin duda están los personajes de los relatos de Escanlar. Esto aparece

claramente en los relatos “Un día perfecto”, “El baño del control”,

Contestador automático”, “Mi noche con la Cicciolina”.

Sin embargo, en estos cuentos y en otros del libro, y a pesar de

que en algunos casos la soledad y el patetismo de los personajes parece

agobiante, no falta el humor. Desde el humor poco compasivo

del narrador hacia sus desdichados personajes, hasta el de los propios

personajes, que muchas veces toman con humor la pésima vida que

tienen (o al menos la horrible noche que pasaron), como si no quedara

otra opción que reírse. En este punto es donde se ve lo mejor de Escanlar,

que, hay que decirlo, es un escritor que hace reír, incluso desde lo decadente.

En el cuento “Peligro”, un relato de noche, sexo y merca, en el

que el se despacha con algunas reflexiones muy lúcidas, el narrador

dice sobre el humor, ante una chica que lo critica porque se ríe de cosas

que no debería: “De repente puedo encontrar otra forma de decir las

cosas. Reírme de todo es la única manera que tengo de disimular la

angustia que todo me provoca. Soy tan crudo como algunos aspectos de

la realidad. En ese sentido, aunque te parezca mentira, aunque no lo puedas

entender, soy un moralista… un fundamentalista, casi”.

Otro rasgo que aparece mucho en los cuentos, y que de algún modo

está muy emparentada con el Escanlar crítico y periodista, es la crítica a

la idiosincrasia uruguaya, a aquella “uruguayez” de la que muchos se vanaglorian,

a una fuerte presencia de una forma de ser de clase media, que

para el autor tiene más miserias que virtudes. Claramente en los cuentos

“Diario de un apestoso”, “Guarda e passa” y “La trucha mortal”, la uruguayez

no es más que una quietud permanente, constantemente celebrada

por los propios uruguayos, lo que genera una mezcla peligrosa entre

conformismo, quietud y arrogancia que para el narrador no es más

que la mediocridad gris de una clase media que no entendió el paso del

tiempo y la transformación del país, desde la Suiza de América a un país

tercermundista y subdesarrollado, nostálgico de su pasado glorioso.

En los relatos también está muy presente el sexo, que pocas veces

es placentero, que muchas veces se hace sin deseo, rápido, salvaje,

como una consecuencia más del viaje de las drogas, o incluso como

acto de violencia (hay mucho bufarrón en los cuentos de Escanlar,

alguno con predilección por los niños); y la crítica a los militantes y

los intelectuales de izquierda, quienes para el autor no serían más que

unos mediocres que sólo quieren el sillón en el que están otros; esto se

ve principalmente en ese gran relato que es “Wonderland”.

Cuando Fuguet publicó McOndo, la antología que reunía a una

nueva camada de escritores latinoamericanos que escapaban de los regionalismos,

del realismo mágico y del testimonio sesentista, afirmó que

Escanlar era, de todos, el más McOndiano.

Costaba entender por qué Fuguet había afirmado eso, cuando

había incluido un relato como “Gritos y susurros” en la antología, ya que

no parecía haber una nueva forma de escribir desde Latinoamérica en

ese relato. Sin embargo, la afirmación de Fuguet parece tomar sentido

con el relato “Pequeño diccionario Spanglish ilustrado” en el que de

forma brillante -aunque el relato comience flojo y se vaya afirmando de

a poco-, el autor deconstruye la latinidad desde el centro de la cultura

de consumo, en un gesto que parece ir más al hueso que el de “No somos

latinos”, de El Cuarteto de Nos.

Lo flojo de estos relatos es que nos encontramos con cuentos en los

que parece que lo único importante sea el gesto, más que la historia;

cuando parece preponderar la provocación sobre la historia que la contiene,

como si fuera simplemente el grito de esa provocación. En eso se

pierde mucho, fundamentalmente porque Escanlar era mucho más que

un simple pregonero de consignas: era un gran contador de historias

y un escritor tremendamente imaginativo, que merece ser leído sin

los filtros que asocian su personaje con todo el resto, desde los que lo

ven como un payaso mediático sin valor hasta los que lo consideran

poco menos que el último héroe del under. ■

Diego Recoba